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Evangelio del jueves, 27 de septiembre

by santaeulalia

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,7-9

En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.

Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?» Y tenía ganas de ver a Jesús.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Meditación
Las opiniones que Herodes recoge acerca de Jesús muestran cómo la gente lo trataba de comprender desde lo que ellos pensaban, conocían y esperaban; sin embargo, todos los criterios eran insuficientes. La identidad de Jesús es más grande y sólo desde una profunda vida de intimidad con Él es posible dar la respuesta a la pregunta: «¿Quién soy yo para ustedes?

El crimen de Juan el Bautista perpetrado por Herodes, hombre supersticioso y sin moral, no puede silenciarse; y entonces se conmociona al oír hablar de Jesús y quiso verlo. Sin escrúpulos, Herodes, siente la seguridad de poder hacer con Jesús lo que hizo con Juan porque ningún profeta o líder religioso le iba poner en riesgo su poderío y seguridades.

Jesús está en medio de su pueblo anunciando la llegada del Reino de Dios y realizando signos que confirman su Palabra; lo que Él cumple despierta diversas reacciones: admiración, curiosidad, molestia y odio. Así es, admiración y curiosidad al punto de querer estar cerca de él y verlo. La expresión “queremos ver a Jesús” manifiesta un deseo profundo de encontrarse con alguien que no sea otro más que aparece como encantador de masas, sino como Aquel que viene a saciar, restaurar, liberar y anunciar la alianza nueva y eterna de Dios. En Herodes, también surge el deseo de ver a Jesús pero por una curiosa sospecha que desestabiliza y que debe ser puesta bajo control. Los fariseos y líderes religiosos no quieren ver a Jesús porque los incomoda; lo mejor es buscar la manera de sacarlo de en medio y por esto deciden matarlo.

Ante el deseo de “ver a Jesús”, proféticamente Él anuncia: “ Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12,32)». En la hora de la cruz, la hora de la glorificación del Señor, viene puesto en alto para que podamos verlo y en Él vernos nosotros. Es la cruz el mejor escenario para ver al Señor y no querer ir a buscar el show, la diversión, el espectáculo. Nosotros queremos ver a Jesús; queremos que Él nos vea con su mirada de misericordia que levanta como lo hizo con la mujer pecadora, Jesús nos mira y dice “no te condeno, levántate y no vuelvas a pecar”; como lo hizo con Mateo el recaudador de impuesto, nos mira con misericordia y amándonos nos dice: «sígueme»; como lo hizo con Pedro que después de la resurrección le dijo: “Simón ¿me amas más que estos? Y Pedro con su mirada arrepentida por las negaciones dice: “Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.

Entonces, no queremos verlo por curiosidad, no queremos buscarlo por interés. Queremos verlo para encontrarnos con el Dios que nos salva. Queremos ver al Señor que nos ha amado hasta dar su vida por nosotros. Sí, queremos ver a Jesús y no resistirnos al llamado que nos hace de encontrarlo presente en el camino de nuestra vida.

Así, la fe ilumina la mirada del creyente que le permite encontrar al Señor al partir el Pan (la Eucaristía) como lo hicieron los discípulos de Emaús; ver al Señor en los hermanos porque “cada vez que lo hiciste con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hiciste”; experimentar al Señor que nos dice: “no tengas miedo que contigo voy”.

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