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Evangelio del sábado, 22 de septiembre de 2018

by santaeulalia

Lectura del santo evangelio según san Lucas 8,4-15

En aquel tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo.
Entonces les dijo esta parábola: «Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno.»
Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»Entonces le preguntaron los discípulos: «¿Qué significa esa parábola?» Él les respondió: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero, con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Los de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando.»

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación

“¡Quién tiene oído para oír, que oiga!”. Con esta expresión del Evangelio, Jesús lleva a sus oyentes a pensar en la experiencia directa que establecen con su Palabra que es la Semilla capaz de hacer producir fruto abundante; la parábola debe despertar en el creyente una respuesta creativa y generosa con la que participe de la iniciativa de Dios que se da a conocer.

Con esta parábola se nos propone una relación vital que debemos entablar con Jesús y su Palabra. Es lo que reza el salmo 1: «¡Dichoso el hombre que se complace en la ley del Señor y la susurra día y noche! Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien”. La Palabra de Cristo es Palabra que salva cuando dejamos que penetre en nuestros corazones; es la perla preciosa que abre a la alegría de la adhesión a Jesucristo que cambia la vida; La Palabra es lámpara que va indicando el camino y que da firmeza en la prueba. La Palabra da discernimiento para elegir en libertad aquello que nos conduce a la verdadera dicha. Pero se hace necesario acogerla, comprenderla y hacerla vida. Cuando viene acogida la novedad de la Palabra, el creyente afina su corazón y da fruto abundante; ya el Señor lo dijo: “Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan todo lo que quieran, y les será hecho” (Jn 15, 7-8).

Recordemos lo que nos dice San Pablo: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena.» (II Timoteo, 3 , 16-17). Tengamos en alta estima la Sagrada Escritura; leámosla, participemos en los grupos de estudio bíblico, meditémosla preguntándonos ¿qué nos quiere decir el Señor en su Palabra? Y dejemos que esta Palabra viva y eficaz ilumine nuestros pasos.

Que sea nuestro propósito ser tierra buena, dispuesta, abonada, capaz de dejar que el Espíritu nos haga producir fruto abundante, rebosante y de calidad. Hagamos de la Palabra de Dios leída, meditada y aplicada la brújula que nos indique el norte para no perdernos la salvación y permitir que se cumpla lo que Isabel le dijo a María: “Dichosa tú porque has creído que se cumplirían las promesas del Señor”.

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