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Nuestra Señora de los Dolores

by santaeulalia

Ayer la iglesia nos invitó a celebrar la exaltación de la Santa Cruz. Hoy la iglesia nos invita a celebrar a Nuestra Señora de los dolores.

Hijo y Madre fueron inseparables en el sufrimiento; así como el hijo sufrió así la madre también sufrió.  Por ello la iglesia nos invita a celebrar estos acontecimientos salvíficos como momentos inseparables.

Nuestra Señora es una madre que sabe de dolores y sufrimientos: ella sufrió cuando oyó las palabras con las que Simeón le profetizó la amarga Pasión y muerte de Jesús: «Simeón los bendijo y le dijo a María, su madre: — Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción — y a tu misma alma la traspasará una espada —» (cf. Lucas 2,34-35); ella y José tuvieron que huir repentinamente de noche, a fin de salvar a su querido Hijo de la matanza decretada por Herodes (cf. Mt 2, 13-15); qué angustioso fue el dolor de María cuando se percató de que había perdido a su querido Hijo. Llena de preocupación y fatiga, regresó con José a Jerusalén (cf. Lucas 2,41 -50); ella permaneció al pie de la cruz y oyó a su Hijo prometerle el cielo a un ladrón y perdonar a Sus enemigos. Sus últimas palabras dirigidas a Ella fueron: «Madre, he ahí a tu hijo.» Y a nosotros nos dijo en Juan: «Hijo, he ahí a tu Madre.» Y así ve morir a su amado Hijo.   (cf. Juan 19,17-39); y ella recibió en sus brazos, con inmenso dolor, a su querido Hijo cuando  fue bajado de la cruz (cf. Marcos 15, 42-46).

Meditando sobre los dolores y sufrimienros de nuestra Señora, agradezcamosle por ser coredentora nuestra, porque siempre estuvo junto a su hijo, incluso en su pasión, cuando todos lo abandonaron ella estaba ahí al pie de la cruz junto a su hijo. De la misma forma, en los momentos de sufrimiento y dolor,  ella siempre está junto a nosotros. Por ellos, dirijamos nuestras plegarias a nuestra Señora de los dolores para que nos consuele y fortalezca, pues ella sabe de dolores y sufrimiento:

Señora y Madre nuestra: tu estabas serena y fuerte junto a la cruz de Jesús. Ofrecías tu Hijo al Padre para la redención del mundo.

Lo perdías, en cierto sentido, porque El tenía que estar en las cosas del Padre, pero lo ganabas porque se convertía en Redentor del mundo, en el Amigo que da la vida por sus amigos.

María, ¡qué hermoso es escuchar desde la cruz las palabras de Jesús: «Ahí tienes a tu hijo», «ahí tienes a tu Madre».

¡Qué bueno si te recibimos en nuestra casa como Juan! Queremos llevarte siempre a nuestra casa. Nuestra casa es el lugar donde vivimos. Pero, sobre todo, nuestra casa es nuestro corazón, ¡ven madre nuestra! Amén.

 

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