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Evangelio del lunes, 8 de abril

by santaeulalia

Lectura del santo evangelio según san Juan 8,1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.» E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor.» Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús

Meditación
El encuentro de Jesús con la mujer que iba a ser lapidada bajo el pretexto de una parente fidelidad a la ley, marca la reflexión de nuestro día. Miremos las actitudes de los personajes que entran en escena y saquemos una enseñanza para nuestras vidas.

En primer lugar veamos las actitudes de las autoridades judías que procuraban por todos los medios acusar a Jesús porque su presencia, acciones y palabras les resultaban incomodas; usaron a la mujer sorprendida en adulterio como argumento para condenar a Jesús, manipulaban la ley de Moisés para prepararle una “encerrona”. Son los que juzgan, buscan la caída, condenan y se encierran en sus falsas seguridades. Aunque sabían lo que dice la Ley de Dios estaban lejos de encarnar la verdad de misericordia contenida en ella; al final quedaron en evidencia sus pecados y huyeron porque la verdad no estaba en ellos.

En Jesús encontramos otras actitudes dignas de admirar e imitar. En primer lugar lo encontramos orando en el Monte de los olivos; procura vivir en continua intimidad con su Padre Dios. Es en la oración en donde Jesús encuentra sabiduría, fortaleza y gracia para cumplir su misión. Así, ora y luego va a cumplir su misión con generosidad, enseñando y conservando la libertad interior para saber decidir. Ante la encrucijada y las pruebas que le vienen presentadas, lo encontramos calmado, siendo dueño de la manera como reacciona ante sus adversarios; no se deja provocar ni responde con violencia, no entra en el espiral del odio ni lo vemos perturbado sin saber qué decidir. Es dueño de su interior y por eso no se apoderan de él los nervios; no es ingenuo ni tampoco reactivo, actúa siempre con claridad, al punto de hacer que, con su palabra, quienes lo ponían a prueba vean como en un espejo sus actitudes equivocadas.

Jesús mira a la mujer y le pronuncia aquellas palabras que continúan resonando en nosotros hoy: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.» Jesús prueba compasión con esta persona, su amor la libera, la perdona, la hace probar la mirada de misericordia que la rescata; la ama y le invita a levantarse y no pecar más. No podemos encontrarnos con la misericordia del Señor y continuar iguales.

Y por último, pensamos en las actitudes de la mujer. Ella no vocifera haciendo defensas; permanece callada; sabe de su falta y ve al Señor que escribe en el suelo. Y de pronto se encuentra alcanzada por la mirada de misericordia que despierta en ella la esperanza de un nuevo comienzo; está allí a los pies del Maestro que le dirige aquellas palabras que la resucitan. Una mujer que viene perdonada, amada y con la oportunidad de una nueva vida.

Entonces, al contemplar estos personajes y sus actitudes podemos identificarnos y aprender. En alguna ocasión el Papa Benedicto XVI escribió: “Cuando los acusadores se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, Jesús, absolviendo a la mujer de su pecado, la introduce en una nueva vida, orientada al bien: Tampoco yo te condeno; vete y en adelante no peques más. Es la misma gracia que hará decir al Apóstol: Una cosa hago: olvido lo que dejé detrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús (Flp 3, 13-14). Dios sólo desea para nosotros el bien y la vida; se ocupa de la salud de nuestra alma por medio de sus ministros, liberándonos del mal con el sacramento de la Reconciliación, a fin de que nadie se pierda, sino que todos puedan convertirse.

P. John Jaime Ramírez Feria

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