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1 noviembre, 2019

Comienza el mes de noviembre y con él algunas fechas señaladas en nuestro calendario litúrgico. “ Dichoso el mes que empieza con todos Los Santos y acaba con san Andrés” reza el refrán popular.

El día uno la Iglesia celebra la Iglesia la Solemnidad de Todos Los Santos. Para muchas personas esta fiesta de los Santos es solamente la conmemoración de sus difuntos, conmemoración del día en que se recuerdan los rostros conocidos y amados de las personas que un día vivieron junto a nosotros y ahora ya no están.

Pero para los creyentes este día, no es tan sólo el recuerdo de los seres cuyos nombres están grabados en las lápidas de un cementerio al que vamos a poner unas flores y  a rezar una oración.

La fiesta de Todos los Santos no es la fiesta de los “muertos”, sino la fiesta de los “vivos”. No es un día de tristeza, sino un día para expresar la inmensa esperanza que nos habita…Sin el culto a los santos y la celebración de nuestros difuntos, nuestra tierra no sería más que un lugar solitario, sin esperanza ni horizontes.

Celebrar a los santos y a nuestros difuntos es recordar esos rostros de nuestros seres queridos a los que el amor ha transfigurado, porque amar es resucitar, porque el Amor es Vida.

Se trata de una fiesta de precepto en la que estamos “obligados” a asistir a misa por lo que el horario de las celebraciones será el mismo que los domingos y festivos en cada parroquia.

1 noviembre, 2019
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Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: –«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús

Meditación

Celebramos hoy la Solemnidad de todos los Santos recordando que, como nos dice San Pablo, el Señor nos ha elegido para que “fuésemos santos e irreprochables antes por el amor (Efesios, 1, 4). Esta solemnidad nos recuerda que los santos nos protegen, sostienen, conducen, alientan y acompañan. El Papa Francisco nos recuerda que “la santidad es el rostro más bello de la Iglesia” y que tenemos una invitación personal: “el Señor te llama a ti. Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo… esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos”.

Qué grande comprender que la santidad no es un llamado exclusivo para unos pocos, como si perteneciera a una casta; la santidad es un llamado para todos “haciendo que cada instante sea una expresión de amor entregado bajo la mirada del Señor. No te santificarás sin entregarte en cuerpo y alma para dar lo mejor de ti. No tengas miedo de apuntar más alto”.

El camino de las Bienaventuranzas que meditamos en el texto bíblico de hoy nos desafía. En la exhortación sobre el llamado a la Santidad en el mundo actual, nos enseña el Papa Francisco que: “Puede haber muchas teorías sobre lo que es la santidad, abundantes explicaciones y distinciones. Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas. Son como la carta de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: «¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?», la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas”.

En la Exhortación el Papa Francisco termina diciendo: “quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…» (Gaudete ed exsultate 176).

1 noviembre, 2019
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