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31 mayo, 2019

Como sucedía la semana anterior en San Martín de Dorneda, un grupo de niños de Santa Cruz recibirá la primera comunión. La celebración tendrá lugar durante todo el fin de semana.

Durante dos años hemos tenido la confianza de sus familias y la suerte y la gracia de poder acompañarles. Durante el tiempo que hemos compartido con ellos, hemos intentado que conozcan a Jesús y le sientan como un amigo cercano. Cuando ellos nacieron fue decisión de sus padres que pertenecieran al grupo de Jesús. Hoy, en vísperas de recibir su primera Comunión, son ellos los que han decidido seguir formando parte de ese grupo. Les deseamos que pasen un feliz día junto a sus padres y familiares y que tengan un buen recuerdo de estos años que hemos pasado juntos.

Pero no queríamos dejar esta oportunidad para darles unos últimos consejos. En un libro publicado para estas celebraciones por el Santo Padre y que lleva por título El Papa Francisco y la Primera Comunión, aparecen una serie de consejos para caer en la cuenta de la importancia que tiene la preparación espiritual antes de recibir el sacramento. Lo hace en cinco pasos:

1º Nos encontramos a Jesús en la Comunión.
2º El poder de los sacramentos y de la luz de Cristo.
3º La confesión, el encuentro con Cristo que nos ama.
4º La Iglesia es como una madre.
5º Mensajes para andar el camino.

Nuestro deseo de que este primer encuentro con Jesús en la comunión sea el germen para continuar la vida espiritual de los pequeños

31 mayo, 2019
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Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -« ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» María dijo: -«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.» María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación

En esta festividad de la Visitación, San Lucas acentúa la prontitud de María para ir al encuentro con la vulnerabilidad de su prima Isabel; prontitud que brota de la escucha y acogida de la Palabra de Dios. Isabel, movida por el Espíritu Santo, reconoce a María como la Madre del Señor y como la bienaventurada que ha creído. Por su parte, la Virgen María proclama la grandeza de Dios y se hace voz del pueblo que esperaba en las promesas de Dios.
Cerramos hoy el mes mariano y nos encontramos, en primer lugar, con las actitudes de compasión y de servicio de María. Ella ha recibido el anuncio del Ángel y, al pronunciar el Sí más grande de la humanidad, aferrándose al plan de Dios, se deja inquietar por la necesidad de su prima Isabel; María es la Llena de Gracia que con su presencia confirma que “para Dios nada hay imposible”. Ella se hace servidora del Anuncio más importante: en el fruto bendito de su vientre se cumplen todas las promesas que Dios había hecho. Sí, el primer servicio que cumple María es anunciar la presencia viva de Jesús.
Es por esto que Isabel, llena del Espíritu Santo exclama: -«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Detengámonos en esta profunda expresión. Primero, las palabras de Isabel son inspiradas por el Espíritu Santo; está con ella la mujer profetizada por Génesis 3,15: “Pondré hostilidad entre ti y la mujer, entre su descendencia y la tuya. Ella te pisará la cabeza cuando tu busques herirle su talón”. María es la nueva Eva, la concebida sin pecado, la mujer elegida, predestinada por el Padre. Así Isabel reconoce la dignidad de María: es la Madre del Señor, lleva en su vientre al Hijo de Dios: “Señor, lleva en su vientre al Hijo de Dios: Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. Una persona que se deje mover por el Espíritu Santo reconoce la dignidad singular de la Santísima Virgen María.
¿Cómo responde la Virgen María? San Lucas nos presenta el Magníficat, el cántico de la Virgen María. La alegría de María es la alegría del Pueblo de Dios que ve el cumplimiento de las promesas. Ella proclama la grandeza de Dios y su misericordia. Dios ha tomado la iniciativa de liberar a su pueblo, de hacer una nueva y definitiva alianza. Como dice el Papa Benedicto XVI: “el Magníficat es un canto que expresa la fe probada de generaciones de hombres y mujeres que han puesto en Dios su esperanza y se han comprometido en primera persona, como María, para ayudar a los hermanos”.
En definitiva podemos decir que somos una generación que felicita a María por lo que Dios ha hecho en ella y por ella. Continuamente, como Pueblo santo de Dios, saludamos a María: “¡bendita tú, entre todas las mujeres!”. Mirándola a Ella aprendemos de sus virtudes y refugiándonos en su corazón encontramos un camino seguro para llegar a su Hijo Jesús. Vivamos con alegría el don de tenerla como Madre e intercesora.
P. John Jaime Ramírez Feria

31 mayo, 2019
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Es sabido que los sacerdotes gastamos gran parte de nuestra vida hablando de Dios, pero no es menos cierto que otra gran parte la pasamos hablando CON Dios.

Así como el aire es necesario para el cuerpo, pues lo hace vivir, la oración es necesaria para el alma, pues también la hace vivir. Una vida cristiana sin oración es un cristianismo muerto. Los sacerdotes, como todos los Cristianos hemos de encontrar diariamente momentos para la oración personal y litúrgica así como para las diferentes devociones que tanto nos recomienda la Iglesia para crecer en intimidad con El y con su Madre, que es la nuestra.

Estoy seguro de que muchos hemos tenido la suerte de heredar de nuestros padres y abuelos la devoción a la Virgen En una ocasión me decía un compañero: «Estoy seguro de que mi madre me enseñó a la vez a hablar y a rezar a la Virgen». Seguramente que muchos podríamos decir lo mismo. De ellos hemos recibido diferentes costumbres y tradiciones: el ofrecimiento de obras, las avemarías antes de acostarnos, visitar santuarios marianos, hacer romerías…

Por eso el algunos del grupo de sacerdotes que mensualmente nos reunimos en la parroquia para rezar, compartir proyectos para evangelizar en nuestras parroquias y – por qué no decirlo- también mesa y mantel, este mes de mayo nos hemos ido juntos a rezar a los pies de Maria. Una sencilla romería , rezando el Rosario ante su imagen, pidiéndole a Ella por nuestras comunidades y por nuestra propia dsantidad.

Cuando rezamos el rosario no estamos solamente repitiendo palabras vacías con nuestros labios. El rosario es una oración del corazón, una oración contemplativa.

El objetivo de nuestra vida es seguir a Jesús e irnos haciendo más semejantes a Él. Y cuando rezamos el rosario, nos unimos a nuestra Santísima Madre volviendo nuestros ojos, con amorosa atención, hacia Jesús, hacia los misterios de su vida, hacia los misterios que revelan el significado de nuestra propia vida

Los sacerdotes y laicos, formamos un solo pueblo. No somos pueblo de Dios por iniciativa propia, por mérito propio; no, realmente somos y seremos siempre fruto de la acción misericordiosa del Señor: un pueblo de orgullosos hechos pequeños por la humildad de Dios, un pueblo de miserables -no temamos decir esta palabra: “Yo soy miserable”- enriquecidos por la pobreza De Dios. De ahí la necesidad de rezar -como pedía Dan Pablo- a tiempo y a destiempo.

31 mayo, 2019
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