Mientras que el año civil arranca cada 1 de enero, para la Iglesia católica el año comienza unas semanas antes, con el Primer Domingo de Adviento. Este tiempo marca el inicio del Año Litúrgico, que se organiza en seis etapas: Adviento, Navidad, Cuaresma, Triduo Pascual, Pascua y Tiempo Ordinario.
En este 2025, el Año Litúrgico 2025-2026 se inaugura el domingo 30 de noviembre, y concluirá el 28 de noviembre de 2026, un día después de la Solemnidad de Cristo Rey del Universo.
Hoy, domingo 30 de noviembre, comienza por tanto el tiempo de Adviento, un período de cuatro semanas destinado a preparar el corazón para la Navidad, en la que celebramos el nacimiento de Jesucristo. Es un tiempo marcado por la alegría y la esperanza, que invita a contemplar tanto la primera venida del Señor como su retorno al final de los tiempos. El papa Francisco ha descrito el Adviento como un momento para “hacer memoria de la cercanía de Dios, que ha descendido a nosotros”.
Este camino espiritual puede vivirse tanto en las parroquias —a través de diversas celebraciones e iniciativas— como en el hogar. Las familias se preparan para recibir al Señor mediante gestos sencillos: la instalación del belén, el árbol y otros signos navideños, así como momentos de oración y pequeñas celebraciones domésticas que acompañan la espera desde el primer domingo hasta la noche del 24 de diciembre.
El término Adviento proviene del latín ad-venio, que significa “venir” o “llegar”. Suele comenzar el domingo más cercano a la fiesta de San Andrés Apóstol (30 de noviembre) y su duración habitual es de cuatro semanas. Tradicionalmente, este tiempo se divide en dos etapas: las primeras dos semanas nos invitan a reflexionar sobre la venida definitiva de Cristo al final de los tiempos, y las dos últimas centran la mirada en su nacimiento y en su irrupción en la historia humana.
Signos y celebraciones del Adviento
En templos y hogares es habitual colocar la corona de Adviento, encendiendo cada domingo una vela que simboliza el avance hacia la Navidad. Los ornamentos litúrgicos —tanto los del sacerdote como los del altar— son de color morado, signo de preparación, sobriedad y penitencia.
El Adviento se presenta así como un tiempo propicio para renovar la esperanza y abrir el corazón al Señor que viene.
