“Siendo el pan una comida que nos sirve de alimento y se conserva guardándole, Jesucristo quiso quedarse en la tierra bajo las especies de pan, no solo para servir de alimento a las almas que lo reciben en la sagrada Comunión, sino también para ser conservado en el sagrario y hacerse presente a nosotros, manifestándonos por este eficacísimo medio el amor que nos tiene.
San Alfonso Mª de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento, 2
Los cristianos celebramos con alegría el don del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, que el Señor entregó a su Iglesia en la Última Cena. Nuestra fe nos asegura que el pan y el vino, una vez consagrados, se convierten realmente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este cambio no es temporal ni limitado al momento de la Misa, sino permanente. Por eso, desde tiempos antiguos, la Iglesia ha reservado las especies eucarísticas sobrantes, tanto para llevar consuelo a los enfermos como para ser adoradas por los fieles.
Junto con la celebración de la Eucaristía en la Santa Misa, la exposición del Santísimo Sacramento constituye uno de los gestos más profundos de nuestra fe. No solo se vive con especial intensidad en la festividad del Corpus Christi que recientemente hemos celebrado , sino también en la vida ordinaria de la Iglesia, como una práctica habitual y fecunda.
En la Eucaristía, Jesucristo está realmente presente. Él nos espera con paciencia, dispuesto a ofrecernos su protección, consuelo y amor. La adoración ante el Santísimo es un acto de fe que va más allá de lo que nuestros sentidos perciben, una respuesta de amor al Dios que se nos entrega.
Cuando el sacerdote expone solemnemente al Señor en la custodia, nos invita también a nosotros a exponernos ante su presencia. Así como el sol transforma la piel cuando nos exponemos a su luz, de la misma manera, nuestra presencia constante y confiada ante el Santísimo va transformando nuestro corazón. Es una terapia espiritual profunda, que poco a poco da frutos visibles en nuestra vida.
Una muestra de esta experiencia es la exposición eucarística que tiene lugar cada jueves en la iglesia nueva de Santa Cruz. Sin grandes alardes, cada semana el Santísimo permanece expuesto tras la Misa de las siete de la tarde. Son muchos los que acuden a pasar un momento de oración, aunque aún es un número reducido si lo comparamos con todos los que formamos parte de la comunidad cristiana de Los Molinos.
No obstante, sería un error medir el valor de esta práctica solo por la cantidad de personas que participan. Lo cierto es que muchos de los que se acercan reconocen que se trata de una experiencia profundamente transformadora. Incluso algunos confiesan que se vuelve “adictiva” en el mejor sentido de la palabra: cuanto más tiempo se dedica a la adoración, más se desea continuar y prolongar ese encuentro con el Señor.
Es sorprendente cómo una actividad tan sencilla y silenciosa puede dejar una huella tan profunda en quienes la viven. Nuestro anhelo es que todos los fieles de nuestras parroquias, siempre que su salud lo permita, puedan acercarse aunque sea unos minutos los jueves, para expresar con su presencia y su oración su fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y su amor al Señor. Este tiempo no es solo una oración personal, sino también un testimonio de fe comunitaria, una oportunidad privilegiada para interceder por la Iglesia, por nuestra parroquia y por cada uno de sus miembros.
En este sentido, es justo reconocer y agradecer la fidelidad de quienes, semana tras semana, aseguran la continuidad de esta adoración. Su entrega generosa es una de las claves del bien que esta iniciativa produce tanto en ellos como en toda la comunidad.
La experiencia de estos veinte años dedicados a la adoración eucarística los jueves confirma que este momento de oración es un camino privilegiado de crecimiento espiritual. Por eso, lo recomendamos con entusiasmo a todos los miembros de nuestra parroquia: es una fuente de gracia que no deberíamos dejar pasar.
Lugar: Iglesia nueva de Santa Cruz
Día: Todos los jueves
Hora: 19:30 hh.
