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21 noviembre, 2019

Como cada jueves somos convocados para “Adorar al Santísimo Sacramento del Altar” y así recordar al Señor en su última cena, en comunión con los 12 apóstoles en el momento en el que se instituyó la Eucaristía.

Es nuestro deber como cristianos buscar un momento en el día para encontrarnos con Dios y llenarnos del amor del Espíritu Santo para así caminar sin vacilaciones por el camino de la Verdad, por el camino de la Fe. El templo permanece abierto cada tarde para que antes y después de a celebración de la Eucaristía podamos visitar al Señor y acompañarle un rato en el Sagrario. El templo es un lugar sagrado en el que lo más importante no es la ritualidad, sino “adorar al Señor” afirmó el Papa Francisco.

Y añadió :“El Templo es el lugar a donde la comunidad va a rezar, a alabar al Señor, a dar gracias, pero sobre todo a adorar: en el Templo se adora al Señor. Y este es el punto más importante. También, esto es válido para las ceremonias litúrgicas: en esta ceremonia litúrgica, ¿qué es más importante? ¿Los cantos, los ritos – bellos, todo…? La adoración es más importante: toda la comunidad reunida mira el altar donde se celebra el sacrificio y se adora. Pero, yo creo – lo digo humildemente – que quizás nosotros cristianos hemos perdido un poco el sentido de la adoración, y pensamos: vamos al Templo, nos reunimos como hermanos – ¡eso es bueno, es bello! – pero el centro está allí donde está Dios. Y nosotros adoramos a Dios”.

Secundando esta llamada cada jueves os invitamos al silencio contemplativo, a la alabanza y súplica, pidiendo especialmente por las vocaciones sacerdotales y religiosas, especialmente en nuestra parroquia ante el Señor expuesto en la custodia.

Lugar: Iglesia nueva de Santa Cruz
Día: jueves
Hora 19:30 hh.

21 noviembre, 2019
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Lectura del santo evangelio según san Lucas 19,41-44

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: «¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida.»

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación
Jesús al ver la ciudad de Jerusalén empieza a llorar y a pronunciar unas palabras que vislumbran un futuro muy sombrío para la ciudad. Llora porque ama a su pueblo, ama el templo y a la gente que no ha reconocido el camino que lo llevaba a la paz.

La sed de Jesús por las almas lo quebranta ante la dureza del corazón de los suyos que les impide percibir la verdad: “Ellos se rebelan a la verdad y obedecen a la injusticia” (Rom 2,8). No pueden acoger, ni siquiera percibir el paso de Dios que viene en persona a buscar a su pueblo: “¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!.

Jesús lo está dando todo hasta ponerse en camino con sus discípulos hacia la pascua de su muerte y resurrección; sin embargo, como dice el Papa Francisco “el pueblo elegido, aun habiendo recibido muchos beneficios, no le había escuchado. Dios ha dado todo, pero ha recibido de vuelta solamente cosas feas. La fidelidad ha desaparecido, no son un pueblo fiel”.

También hoy, en la historia de Dios con nosotros parece que el Señor vuelve a conmocionarse ante nuestra realidad; el llanto de Dios en el que se contrasta su fidelidad con la dureza del corazón del hombre. El Señor nos ha amado hasta el extremo dándolo todo, su paciencia no tiene medida ni su continúa búsqueda porque “no quiere que nadie se pierda”, pero le resistimos, la ceguera crónica impide ver su presencia y entonces hacemos nuestra voluntad. Y un corazón endurecido, petrificado no permite que la Palabra de Vida penetre, transforme, vivifique y nos encerramos, nos alejamos.

El Señor no obliga a seguirlo, la fe no es un yugo que violente la libertad y la voluntad del hombre; la fe cura la ceguera porque permite descubrir la verdad de sí mismo, de Dios y de los otros. Es fuerte sentir cómo el Señor llora y describe el futuro que le va a tocar a Jerusalén: ser sitiado, invadido, destruido; de hecho, en el año 70, Jerusalén fue cercada e invadida por los ejércitos romanos. Todo fue destruido.

Qué desolación se da en la persona cuando resiste al amor de Dios que lo levanta, lo llena de vida y le conduce a la verdadera libertad; qué engañosa es la experiencia del hombre cuando pretende colmar su sed de eternidad y su hambre de absoluto con realidades que lo vacían; qué desgaste no encontrar el camino que nos conduce a la paz.

Por esto, encontremos en este pasaje bíblico un llamado claro del Señor a no resistirnos a su plan de salvación y a dejar que él cure nos cure las durezas del corazón que nos impiden ver su paso por nuestra vida.

21 noviembre, 2019
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