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Evangelio del 12 de diciembre de 2019

by santaeulalia

Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe

Lectura de santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa».

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación

“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí́ que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá́ ahora de ella: está seguro que ya sanó”.
Estas palabras le dijo la Virgen de Guadalupe al afligido Juan Diego un doce de diciembre de 1531 y hoy resuenan en el corazón de todos los devotos que encontramos en María un signo preclaro del amor de Dios.

La maternidad de María es una realidad que los cristianos católicos profesamos como un don de Dios; el Evangelio de hoy nos enseña cómo el Señor en el momento sublime de su pasión y Cruz entregó al discípulo a quien amaba a María: “Ahí tienes a tu madre”. Aquel 9 de diciembre de 1531 la Virgen se le apareció a un humilde indio, convertido al cristianismo en el cerro del Tepeyac. Ella se presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”.

La aparición de la Virgen María continua siendo un mensaje que nos llama a la conversión del Corazón; desde su maternal presencia María nos invita a volver los ojos a su Hijo Jesús “por quien se vive”; ella como lo dice el libro del Apocalipsis 12, 1ss, es la mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies; ella es la Mujer de la que nos habla el libro del Génesis: “pondré hostilidad entre tu y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te pisará la cabeza cuando tú busques herirla en su talón” (Gn 3,15). Ella es la Virgen madre que continúa dándonos el mejor de los consejos: “hagan lo que mi Hijo les diga”.

Son muchos los estudios científicos realizados al ayate que contiene la imagen de la Virgen de Guadalupe; éstos confirman que no se explica la conservación de ayate cuatrocientos cincuenta años, pues lo normal es que no dure más de veinte; no se explican cómo no se ha deteriorado la imagen si estuvo sometida al contacto de toda clase de objetos. No se explica cómo es posible que en esta imagen no haya colorante ni animal, ni vegetal, ni mineral, ni sintético. No se explica como el ojo de la imagen tenga las características de un ojo humano vivo con el efecto Púrkinje-Sánsom y no se explica que en un ojo de siete milímetros aparezcan doce figuras humanas.

Nos dice el Papa Francisco: “Cuando se apareció a san Juan Diego, su rostro era el de una mujer mestiza y sus vestidos estaban llenos de símbolos de la cultura indígena. Siguiendo el ejemplo de Jesús, María se hace cercana a sus hijos, acompaña como madre solícita su camino, comparte las alegrías y las esperanzas, los sufrimientos y las angustias del Pueblo de Dios, del que están llamados a forman parte todos los pueblos de la tierra. La aparición de la imagen de la Virgen en la tilma de Juan Diego fue un signo profético de un abrazo, el abrazo de María a todos los habitantes de las vastas tierras americanas, a los que ya estaban allí y a los que llegarían después. Este abrazo de María señaló el camino que siempre ha caracterizado a América: ser una tierra donde pueden convivir pueblos diferentes, una tierra capaz de respetar la vida humana en todas sus fases, desde el seno materno hasta la vejez, capaz de acoger a los emigrantes, así como a los pueblos y a los pobres y marginados de todas las épocas. América es una tierra generosa”.

Renovemos nuestro devoción a la Virgen María; imitemos la actitud del discípulo amado que “la acogió en su casa” y llenémonos de gozo como san Juan Diego al escuchar de María nuevamente aquellas palabras: “hijo mío el más pequeño, no se turbe tu corazón. ¿No estoy yo aquí́ que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra?”

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