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Evangelio del jueves, 21 de noviembre

by santaeulalia

Lectura del santo evangelio según san Lucas 19,41-44

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: «¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida.»

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación
Jesús al ver la ciudad de Jerusalén empieza a llorar y a pronunciar unas palabras que vislumbran un futuro muy sombrío para la ciudad. Llora porque ama a su pueblo, ama el templo y a la gente que no ha reconocido el camino que lo llevaba a la paz.

La sed de Jesús por las almas lo quebranta ante la dureza del corazón de los suyos que les impide percibir la verdad: “Ellos se rebelan a la verdad y obedecen a la injusticia” (Rom 2,8). No pueden acoger, ni siquiera percibir el paso de Dios que viene en persona a buscar a su pueblo: “¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!.

Jesús lo está dando todo hasta ponerse en camino con sus discípulos hacia la pascua de su muerte y resurrección; sin embargo, como dice el Papa Francisco “el pueblo elegido, aun habiendo recibido muchos beneficios, no le había escuchado. Dios ha dado todo, pero ha recibido de vuelta solamente cosas feas. La fidelidad ha desaparecido, no son un pueblo fiel”.

También hoy, en la historia de Dios con nosotros parece que el Señor vuelve a conmocionarse ante nuestra realidad; el llanto de Dios en el que se contrasta su fidelidad con la dureza del corazón del hombre. El Señor nos ha amado hasta el extremo dándolo todo, su paciencia no tiene medida ni su continúa búsqueda porque “no quiere que nadie se pierda”, pero le resistimos, la ceguera crónica impide ver su presencia y entonces hacemos nuestra voluntad. Y un corazón endurecido, petrificado no permite que la Palabra de Vida penetre, transforme, vivifique y nos encerramos, nos alejamos.

El Señor no obliga a seguirlo, la fe no es un yugo que violente la libertad y la voluntad del hombre; la fe cura la ceguera porque permite descubrir la verdad de sí mismo, de Dios y de los otros. Es fuerte sentir cómo el Señor llora y describe el futuro que le va a tocar a Jerusalén: ser sitiado, invadido, destruido; de hecho, en el año 70, Jerusalén fue cercada e invadida por los ejércitos romanos. Todo fue destruido.

Qué desolación se da en la persona cuando resiste al amor de Dios que lo levanta, lo llena de vida y le conduce a la verdadera libertad; qué engañosa es la experiencia del hombre cuando pretende colmar su sed de eternidad y su hambre de absoluto con realidades que lo vacían; qué desgaste no encontrar el camino que nos conduce a la paz.

Por esto, encontremos en este pasaje bíblico un llamado claro del Señor a no resistirnos a su plan de salvación y a dejar que él cure nos cure las durezas del corazón que nos impiden ver su paso por nuestra vida.

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