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Evangelio del Viernes, 1 de noviembre de 2019

by santaeulalia

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: –«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús

Meditación

Celebramos hoy la Solemnidad de todos los Santos recordando que, como nos dice San Pablo, el Señor nos ha elegido para que “fuésemos santos e irreprochables antes por el amor (Efesios, 1, 4). Esta solemnidad nos recuerda que los santos nos protegen, sostienen, conducen, alientan y acompañan. El Papa Francisco nos recuerda que “la santidad es el rostro más bello de la Iglesia” y que tenemos una invitación personal: “el Señor te llama a ti. Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo… esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos”.

Qué grande comprender que la santidad no es un llamado exclusivo para unos pocos, como si perteneciera a una casta; la santidad es un llamado para todos “haciendo que cada instante sea una expresión de amor entregado bajo la mirada del Señor. No te santificarás sin entregarte en cuerpo y alma para dar lo mejor de ti. No tengas miedo de apuntar más alto”.

El camino de las Bienaventuranzas que meditamos en el texto bíblico de hoy nos desafía. En la exhortación sobre el llamado a la Santidad en el mundo actual, nos enseña el Papa Francisco que: “Puede haber muchas teorías sobre lo que es la santidad, abundantes explicaciones y distinciones. Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas. Son como la carta de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: «¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?», la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas”.

En la Exhortación el Papa Francisco termina diciendo: “quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…» (Gaudete ed exsultate 176).

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