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Evangelio del viernes, 18 de enero de 2019

by santaeulalia

Lectura del santo evangelio según san Marcos 2,1-12

Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados quedan perdonados.» Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: «Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?» Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico «tus pecados quedan perdonados» o decirle «levántate, coge la camilla y echa a andar»? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados … » Entonces le dijo al paralítico: «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.» Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto una cosa igual.»
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación

Y al leer el pasaje del evangelio de hoy ¿con quien te identificas? ¿Con el paralítico que necesita ser llevado a los pies de Jesús y así ser restaurado y caminar? ¿Con los cuatro amigos que aunque encuentran dificultades para llegar a Jesús, por su fe se arriesgan hasta lograr su cometido? ¿Con los escribas que se llenan de prejuicios y se enraizan en sus criterios egoistas hasta oponerse al bien obrado por Jesús? o ¿con el gentío que está allí como espectadores sin tomar una clara posición? Así nos encontramos con un texto de una profunda enseñanza.

La experiencia que vivió aquel paralítico nos permite entrar en la dinámica de la misericordia del Señor que restaura integramente la dignidad de la persona. ¡Qué gran don tuvo el paralítico! Todo partió de la caridad de esos cuatro amigos que decidieron hacerle el bien; un bien que no consistió en una mirada de lástima o una moneda para salir del paso. Estos amigos creyeron y se pusieron en camino con el peso del necesitado y su camilla; probaron compasión y no fueron de ocasión, como dice el libro del Eclesiástico: “porque hay amigo que lo es de ocasión, y no persevera en el día de tu angustia… El amigo fiel es seguro refugio, el que le encuentra, ha encontrado un tesoro. El amigo fiel no tiene precio, no hay peso que mida su valor. El amigo fiel es remedio de vida, los que temen al Señor le encontrarán. El que teme al Señor endereza su amistad, pues como él es, será su compañero” (Eclo 6, 8.14-17). Podemos hacer elogio de los amigos que nos han llevado a Jesús, de aquellos que se han convertido en don para nosotros.

Y cuando lo pusieron a los pies de Jesús el paralítico se encontró con la misericordia del Señor; viendo la fe de ellos le dijo: ¡Tus pecados te son perdonados! Incluso él pensaba lo que los maestros de la Ley enseñaban: la enfermedad era un castigo y hacia impura a la persona e incapaz de acercarse a Dios. Los enfermos y los pobres se sentían rechazados por Dios. Pero se encuentra con Jesús que no piensa así. Jesús acoge al paralítico. Le anuncia que Dios no lo rechaza, lo ama y quiere darle la vida plena. Lo perdona liberándolo de toda parálisis espuritual que lo aleje de la bondad de Dios y lo levanta confirmando el poder de la compasión divina; él tiene el poder de perdonar los pecados y dar la vida. Jesús es el Camino para acercarnos a Dios.

Dice el Papa Francisco: “La misericordia va más allá y transforma la vida de una persona de tal manera que el pecado sea dejado de lado. Es como el cielo. Nosotros miramos al cielo, tantas estrellas, tantas estrellas; pero cuando llega el sol, por la mañana, con tanta luz, las estrellas no se ven. Y así es la misericordia de Dios: una gran luz de amor, de ternura. Dios no perdona con un decreto, sino con una caricia, acariciando nuestras heridas del pecado. Porque Él está involucrado en el perdón, está involucrado en nuestra salvación. Y así Jesús hace de confesor: no humilla, no dice ‘Qué has hecho, dime ¿Y cuándo lo has hecho? ¿Y cómo lo has hecho? ¿Y con quién lo has hecho?’ ¡No! ‘Vamos y de ahora en adelante ¡no peques más!’. Es grande la misericordia de Dios. ¡Nos perdona acariciándonos!”

Es la experiencia que acontece en la Confesión; somos llevados al Señor, paralizados, conscientes de nuestros pecados y somos restaurados con él “Yo te absuelvo de tus pecados, levántate y no peques más”.

Volvamos al Evangelio y dejemos que esta Palabra se haga vida en nuestra vida. Hay algo que el Señor quiere decirnos.
P. John Jaime Ramírez Feria

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