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Evangelio del lunes, 8 de octubre

by santaeulalia

Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,25-37

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» Él contestó: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.» Él le dijo: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.» Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?»

Jesús dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.»

¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» Él contestó: «El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: «Anda, haz tú lo mismo.»

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación

La parábola del Buen Samaritano que nos presenta el evangelio de hoy nos ayuda a profundizar el verdadero sentido de la Buena Nueva del Reino; así partiendo de la pregunta del doctor de la ley «¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?», Jesús nos enseña en qué consiste comprender realmente la voluntad de Dios.

A la pregunta, Jesús formula una nueva pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley?» con dos frases del Deuteronomio 6,5 y del levítico 19,18 el doctor responde: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» La respuesta es correcta; la prioridad del creyente es el amor. Sí, el amor a Dios que nos ha amado primero y el amor al prójimo también con todo el corazón y con todas las fuerzas. Para el judío el prójimo era únicamente aquel con quien se tenía proximidad por la raza, la sangre y la fe. Pero con Jesús la relación con el prójimo adquiere un nuevo significado.

Este nuevo significado viene manifestado en la parábola del Buen Samaritano. El hombre que es dejado medio muerto no es asistido ni por el sacerdote judío no por el levita que eran funcionarios del templo. Ellos vieron al hombre pero no hicieron nada; quizás porque no entraba en los parámetros de prójimo, porque podían quedar impuros o porque nadie los podía distraer de su cita en el Templo.

En cambio, pasa un samaritano que se conmueve y se ocupa del hombre tirado en el camino. La caridad se hace progresiva: lo ve, se compadece, se acerca y actúa; se compromete hasta el final, no es una acción para cumplir y así salir del paso. El samaritano fue el buen prójimo que “practicó la compasión con él”.

Con esto el Señor cambia la perspectiva porque cuando somos capaces de detenernos ante el otro, verlo con respeto, ser capaces de probar compasión, acercarnos y actuar para procurarle el bien nos convertimos en prójimos. Depende totalmente de nosotros. Jesús es el Buen Samaritano que se acerca para curarnos las heridas y levantarnos de la muerte; es el Buen Samaritano que se compromete con la búsqueda de nuestro bien hasta el final; es el Buen Samaritano que no observa desde lejos el dolor sino que se conmueve y siempre actúa.

Y, termina el evangelio diciendo: «Anda, haz tú lo mismo.» es el imperativo cristiano que se convierte en nuestra ley suprema: Ama a Dios con todo tu ser y en Él ama a su prójimo sin distinciones. Así lo confirma el Señor cuando nos dice: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn. 13,35).

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