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Evangelio del martes, 11 de septiembre

by santaeulalia

Lucas 6, 12-19

En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.

Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salta de él una fuerza que los curaba a todos.

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús

Meditación

El Evangelio de hoy nos propone la elección de los doce Apóstoles y el gentío que quiere encontrarse con Jesús; dos realidades que nos llevan a confirmar la experiencia personal-comunitaria de la fe que transforma y da sentido a la vida.

Las decisiones de Jesús están precedidas por una profunda actitud de oración; en la intimidad con Dios Padre encuentra la fuerza, la claridad y la firmeza para hacer su voluntad y también para elegir a quienes haría partícipes de su misión. No dejemos pasar esta intuición que surge del corazón de Jesús: cultivemos una vida de oración constante, serena, una oración que toque la vida de cada día, buscando el querer de Dios y la consecución de la satisfacción en la realización de la misión que se nos confía. Sin oración, no hay luz en el camino, no hay fuerza que nos sostenga en el camino de la vida; sin oración no hay sabiduría ni dirección.

El Señor llamó a los doce para que estuvieran con Él y enviarlos. Los llamó por su nombre y desde la realidad de cada uno. Al leer sus nombres y contemplar sus historias encontramos lo que hace la gracia de Dios en el corazón de quien se va dejando moldear por el Espíritu Santo. Sí, eran personas normales, con virtudes y defectos, con su carácter e ilusiones, con sus búsquedas y caídas. Y esto nos consuela a todos.

Pongamos algunos ejemplos: el primero, Simón (Pedro) era un hombre generoso, entusiasta, de carácter primario, arriesgado y temeroso. Recordamos sus grandes confesiones de fe: “Tú eres el Hijo de Dios”, “¿A quien más vamos a ir?, solo tú tienes palabras de vida eterna, nosotros hemos creído”; también lo vemos flaquear ante el peligro, negar al Maestro, llorar amargamente y confirmarle su amor: “Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. Y Jesús lo llamó Pedro (Piedra) y le confió la misión de apacentar su rebaño: “ Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”. Y hoy seguimos confesando la fe de Pedro en Jesucristo, una fe cimentada en la roca de los Apóstoles, viviendo la experiencia de comunión con el sucesor de Pedro, el Papa Francisco.

Santiago y Juan son llamados por Jesús “hijos del trueno”, buscaban los primeros puestos, estaban dispuestos a sufrir con Jesús. Juan permaneció firme al pie de la cruz; Santiago el primero en derramar su sangre por la confesión de fe en el Señor. Felipe un hombre acogedor e ingenuo, Andrés busca soluciones, Bartolomé no podía admitir que de Nazaret pudiera salir algo bueno, Tomás no quiso aceptar el testimonio de sus hermanos y quiso tocar las llagas de Cristo para creer, Mateo era recaudador de impuestos, pecador público, Simón pertenecía a un movimiento que se oponía al sistema del imperio romano, Judas llegó a vender al Señor por unas monedas de plata.

Y con todo los llamó el Señor; también hoy, Él continúa llamándonos por nuestro propio nombre. No nos podemos dejar desanimar diciendo: ¿Cómo puedo comprometerme con el Señor si he hecho esto o aquello que no estuvo bien? Mejor que el Señor llame a otros mejores, etc. No, el Señor nos llama tal cual somos para que estemos con Él y vivamos una experiencia que vaya transformando nuestra vida. Desde el bautismo recibimos un llamado a vivir en comunión con Dios. No nos perdamos la gracia de vivir en Dios y para Dios. El Señor está haciendo su obra en nosotros. Él nos va curando, liberando, fortaleciendo. Respondamos con generosidad y participemos en la misión que se nos confía. No nos podemos perder la vida nueva que brota de la experiencia personal del amor del Señor.

 

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