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Evangelio del jueves, 30 de agosto de 2018

by santaeulalia

Mateo 24,42-51

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

¿Dónde hay un criado fiel y cuidadoso, a quien el amo encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Pues, dichoso ese criado, si el amo, al llegar, lo encuentra portándose así. Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el criado es un canalla y, pensando que su amo tardará, empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo hará pedazos, mandándolo a donde se manda a los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús

Meditación

En el evangelio de hoy el Señor nos exhorta a la vigilancia y a la buena administración del sinnúmero de gracias que se nos han sido confiadas.

La vigilancia es una actitud siempre actual en la vida cristiana; el consejo dado por el Señor “Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”, no es un llamado a vivir en la preocupación por el fin del mundo , ni tampoco invita a estar en una tensión milenarista anunciando por las calles, con el “Jesús vuelve pronto”, un miedo que obliga a adherirse a alguna denominación religiosa. Además, en las comunidades cristianas de los primeros siglos surgían creyentes que anunciaban la inminente venida del Señor, al punto de despreocuparse de las obligaciones temporales; San Pablo responde con una sentencia clara: “¡Quien No trabaje que no coma!

La vigilancia cristiana nos permite hacer una mirada al acontecimiento de la primera venida del Señor que se hizo hombre semejante a nosotros menos en el pecado; Jesús que pasó haciendo el bien y anunciando la Buena Noticia del amor incondicional de Dios Padre. También la vigilancia nos invita a creer en la promesa de Jesús: “Yo estaré en medio de vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» (Mt 28,20). Esta promesa se realiza cada día, experimentamos su presencia en la vida cotidiana, en los hermanos, pues “cada vez que lo hiciste con estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hiciste”. Lo descubrimos vivo y resucitado en la Eucaristía y en los Sacramentos, en la vida de la Iglesia que es su Cuerpo. Y por la fe aguardamos su gloriosa venida. ¿Cuándo sucederá? Jesús lo deja bien claro, nadie sabe nada respecto de la hora: «¡Cuando a ese día y a esa hora, nadie sabe nada, ni los ángeles, ni el Hijo, sino solamente el Padre!»
La vivencia de la vigilancia para el creyente no se traduce en miedo o incertidumbre sino en esperanza y compromiso con la vida de cada día, como si anduviéramos con el corazón en el bien supremo de la vida eterna, con los pies bien puestos en la tierra y las manos limpias administrando rectamente los asuntos que se nos confían. Es vigilar en la esperanza que no defrauda; vigilar en el compromiso de evitar el fracaso definitivo de la vida, vigilar con el deseo de tener las cuentas claras.

En este sentido, cuánto bien hace la práctica del examen de conciencia diario. Es un buen ejercicio que se puede hacer al caer la noche. En la oración escrutamos la vida y nos damos cuenta que estamos a tiempo de cambiar, de ajustar las cosas que no armonizan con la voluntad de Dios, nos confiamos a la fuerza del Espíritu que nos mueve a conservar la paz interior, la serenidad de nuestra mente y la firmeza del corazón.

Como lo señala el Papa Francisco vigilar en la esperanza, “la más pequeña de las virtudes, pero la más fuerte. Y nuestra esperanza tiene un rostro: el rostro del Señor resucitado, que viene “con gran poder y gloria”, que manifiesta su amor crucificado, transfigurado en la resurrección. El triunfo de Jesús al final de los tiempos, será el triunfo de la Cruz; la demostración de que el sacrificio de uno mismo por amor al prójimo y a imitación de Cristo, es el único poder victorioso y el único punto fijo en medio de la confusión y tragedias del mundo”.

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