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Evangelio del viernes 3 de agosto

by santaeulalia

Mateo 13,54-58

En aquel tiempo fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: «¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿De dónde saca todo eso?» Y aquello les resultaba escandaloso.

Jesús les dijo: «Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta.» Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe.

Meditación

El final del capítulo 13 nos presenta la visita de Jesús a su comunidad de origen, Nazaret; un paso que genera dolor, desconcierto y la posibilidad de dejar sentada una verdad: la falta de fe, bloquea la acción liberadora del Señor.

La reacción de los nazarenos asombra a Jesús, quién con ilusión regresa al lugar donde pasó su infancia. Nazaret es el lugar de la formación, es el lugar del silencio y la vivencia de Dios en la cotidianidad; Nazaret era el ambiente de familiaridad y cercanía. Allí lo vieron crecer, convivir. Sin embargo, a su regreso despierta aquel tipo de admiración que no abre el corazón a la verdad del otro sino que cierra con los prejuicios y señalamientos: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros?

Les resultaba escandaloso que uno de los suyos tuviese esa autoridad para enseñar y obrar signos y milagros, y ellos no aceptan al Señor porque no logran entender quién es Él.
Qué difícil se nos hace abrirnos a la verdad del prójimo para mirarlo sin encasillar. Además, hay una tentación que puede permear nuestros corazones: nos podemos ver movidos a hablar, a enjuiciar, a hacer lecturas equivocada de los otros, a categorizar a los demás como buenos o malos y a condenar siempre a las personas por su “pasado”. Y en estas actitudes no cabe la caridad, la misericordia, la verdad y la justicia.

Recuerdo a una persona en la parroquia que comenzó un proceso de conversión y transformación de su modo de pensar y actuar. Era consciente de los errores del pasado; sabía que con sus acciones había herido a muchas personas y que no había tenido temor de Dios. Sin embargo, estaba avanzando, buscaba que la fe que estaba viviendo diera frutos en su familia, en su trabajo, en su cotidianidad. Pero no faltaban los reproches: “Ahora se las va dar de santa”, “Usted sabe en realidad quién es”, “¿Cree que por ir a la Iglesia las cosas van a ser distintas?, “Aquí en su casa no tiene que fingir”, etc. Era una realidad que tenía que enfrentar con regularidad. Era inquietante, que una persona pudiera renunciar y asumir su pasado para empezar una nueva vida alimentada por la fe.

La respuesta de Jesús a la actitud de los suyos no está movida por sentimientos de odio, violencia o desquite. Él ante la adversidad conserva la calma; sabe muy bien que “Nadie es profeta en su patria”. Confiesa que la fe no llega por imposición, miedo o manipulación; el poder abrir el corazón a la iniciativa del Señor que llama a la fe es una gracia y una responsabilidad. Él no obliga a creer: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3,20). ¡Qué hermosa es esta invitación! El viene a nuestro encuentro, nos propone su Palabra e invita a la siempre nueva experiencia de su amor, pero no nos violenta, sabiendo que allí donde no se le acepta, donde no hay fe, no se puede hacer nada.

Entonces, ¿Qué nos pide Jesús hoy en su Palabra? Que liberemos nuestro corazón de los prejuicios que nos encierran y no permiten el encuentro con la verdad del otro. Nos pide abrirnos a la novedad de la fe, que permite su acción en nuestras vidas y nos llama a conservar la libertad interior para reaccionar sin odio ante las incomprensiones.

P. John Jaime Ramírez Feria

 

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